por Pamela Finschi, Encargada Unidad de Cuidado de Equipo

Es posible que hoy hablemos constantemente de crisis, viviéndolo como un desalojo de mi rutina cotidiana, en donde tengo que parar para hacer frente a algo nuevo. Y en verdad, hay harto de esto, donde cada crisis nos propone (u obliga) a detenernos, para poder mirar, sentir y proponer nuevas formas de acción.

La respuesta más común es intentar volver cada vez a ese lugar del que nos “apartó” esta crisis, pero en realidad el trabajo a realizar es otro. Es saber hacia dónde tengo que moverme, ya que, sea por obligación o por tomar conciencia, es lo único que puedo hacer. La zona de confort podrías sentir que cada vez se achica más, pero ten claro una cosa, esto es sólo momentáneo. Llegará el momento en que tu zona de confort vuelva a tener incluso mayor amplitud de la que tuvo, puesto que ahora tienes más aprendizajes que incorporar.

Este es un tiempo en donde pudiéramos sentir que todo puede ser invasivo, nocivo, si es que viene de afuera, incluso el trabajo. Muchos hemos actuado por años con la premisa de que el trabajo se queda fuera de casa, y hoy la alternativa más probable es que (por opción o no) lo deje entrar. Surge entonces una pregunta importante ¿Cómo hago para poner límite entre el contacto con las personas para las que amorosamente trabajo y aquello que es saludable para mí?

Primero que nada es importante estructurar ciertas rutinas que se vayan amoldando a mis espacios de casa: poner horarios de levantarse, de conectarse con otros de mi espacio laboral (usuarios o compañeros), de alimentarse y de desconectarse de los compañeros y usuarios.

El establecer límites horarios implica generar un hábito, y esto implica a su vez, que sólo la repetición y mantención en el tiempo hará que esto se incorpore de manera natural. Y tantos otros tips, que ya se han compartido en boletines y orientaciones al teletrabajo.

Incluyendo lo anterior creo que es importante ver también: ¿qué puedo hacer para manejar esta angustia o presión que siento, más allá de los cambios en mi rutina?

Para responder a esta pregunta debemos saber que nuestro cuerpo es un sistema maravilloso, que nos prepara para las distinta situaciones que nuestra mente va interpretando. Y como las noticias nos hablan de alejarnos del otro, de contagio, de cifras y decesos, la interpretación más probable y primera es: temor, incertidumbre, descontrol, casi por defecto.Lo vivimos como una situación de riesgo o peligro. Lo anterior hace que este sistema perfecto libere el cortisol en mi sangre, en abundancia, que nos propone tres alternativas básicas: paralizarme (no saber qué hacer ni cómo responder), atacar (andar más irritable y reactiva a dar respuestas no pensadas) o huir (querer desaparecer de todos los espacios, mantenerme al margen de todo lo que sucede a mi alrededor). Este nivel de cortisol, va de apoco alterando nuestras funciones cognitivas superiores, comprometiendo nuestro sistema de toma de decisiones, de objetivación de los eventos, y nos hace sentir más agobiados y muy cansados.

Junto con este sistema “automático” tenemos también uno de calma, donde hormonas como la oxitocina se liberan en nuestra sangre, y en momentos que pudieran ser adversos, si logramos entrar en calma, liberamos la sensación de estar bien, de apreciar las relaciones que tenemos. Es aquella hormona que se dispara cuando estamos junto a seres amados o altamente estimados, es aquella que nos hace sentir bien a través de los vínculos interpersonales en situaciones de crisis.

Ahora bien, cuando hablamos de calma, no estamos proponiendo el volver a la normalidad; calma y normalidad no son lo mismo. Esta última pudiera hacer referencia a que no está pasando nada (a negar los cambios que sí se están provocando). Calma tampoco es igual a ausencia de estrés (tensión, estiramiento). Podemos estar en situación de estrés y a su vez permanecer en calma. Con calma nos referimos a bajar los niveles de activación interna.

¿Cómo podemos bajar nuestros niveles de activación para entrar en calma? Esta pregunta puede surgir como un grito desesperado desde la profundidad de nuestro malestar o miedo, y la respuesta es tan simple como respirando.

No hay otro mecnismo más importante que el respirar con conciencia, poniendo plena atención en la entrada y salida de aire, que oxigena nuesta sangre y elimina aquello que no necesitamos. La respiración es un acto que sólo se hace en el presente, y por tanto pone toda nuestra atención en lo que estamos viviendo en ese instante. Inspirar en tiempos largos y expirar también con un ritmo largo, realizando estas acciones por 5 a 7 minutos, sobre todo cuando sentimos que nuestro miedo o incomodidad ganan terreno, nos da un momento suficiente, para que nuestro sistema cognitivo vuelva a tomar el mando.

En tiempos de incertidumbre, aprender a dejar de vivir en el futuro y atender a lo que sucede hoy, momento a momento, es parte del hábito a incorporar. Hace algún tiempo atrás todo nos parecía controlable, manipulable y a mi disposición inmediata. Hace algún tiempo atrás, el tiempo parecía estar dominado por nosotros. Hoy la invitación es a parar, mirar, escuchar y actuar. Recobrar la capacidad más humana de todas las capacidades: el conversar.  Valorar los vínculos a través del diálogo, las conversaciones, dado que en este acto no sólo es importante el contenido, sino el contexto y las relaciones que se van creando. Conversar con los que vives día a día, y a través de las tecnologías con aquellos que probablemente hoy no podrás ver de manera presencial.

Vivimos una crisis, es verdad. No la controlamos, es verdad; ahora decidamos: ¿la vivimos como quiebre u oportunidad?