Por Sofía Bello Marambio. Psicóloga. Magister en Psicología de la Adolescencia. Directora proyecto PAI IA Riviera Concepción, Fundación Tierra de Esperanza.

La problemática del consumo de sustancias es un tema presente en nuestro quehacer diario como psicólogos y profesionales de la salud, y transversalmente en las distintas etapas del ciclo vital, donde los niños, niñas y adolescentes se encuentra principalmente vulnerables ante ésta.

Lo anterior, hace cada vez más necesaria la detección precoz, la intervención temprana y sin lugar a dudas, la importancia de la PREVENCIÓN. Pero ¿cómo prevenir de forma eficaz y oportuna ante una problemática que tiene tantas variables asociadas?,  ¿qué variables son las que presentan mayor incidencia o asociación en el desarrollo de un consumo problemático?, ¿cuándo y cómo desarrollar estrategias preventivas acordes a la población objetivo?. Si pensamos en la línea de la detección precoz e intervención temprana, nuestros esfuerzos preventivos debiesen estar enfocados hacia los niños y adolescentes; sin embargo, hay una variable que nos puede permitir realizar un trabajo orientado hacia la prevención de forma “indirecta”: LA FAMILIA.

En mi experiencia trabajando en dispositivos de atención para niños, niñas y adolescentes con consumo problemático, he sido testigo en primera fila de la importancia del eje familiar, principalmente asociado al apoyo familiar recibido y percibido desde los niños, niñas y adolescentes durante su proceso de tratamiento, lo cual tiene una correlación positiva con los logros obtenidos en su proceso de tratamiento. Pero volviendo a la prevención, ¿qué papel puede cumplir aquí la familia? y ¿cómo podemos como profesionales de la salud incidir en el apoyo familiar desde el eje de la prevención?.

 Desde mi punto de vista es aquí donde cobra importancia el desarrollo de las competencias parentales y cómo el adecuado desarrollo y ejecución de éstas puede incidir en la salud mental en la infancia y adolescencia.

En los niños, niñas y adolescentes atendidos en programas de tratamiento dentro de Fundación Tierra de Esperanza se observan como principalemente deficitarias las competencias reflexivas, que hacen alusión a la capacidad de los cuidadores de: anticipar escenarios vitales relevantes, monitorear influencias en el desarrollo de niños, el automonitoreo parental y el autocuidado parental. Además, las competencias vinculares, asociadas a la capacidad de los cuidadores para la mentalización (entendida como el proceso mediante el cual percibimos, interpretamos y entendemos la conducta humana, tanto propia como ajena), la sensibilidad parental ante las necesidades de los niños, la calidez emocional y el involucramiento. Pero además que existe en general en la población atendida una baja percepción de apoyo social.

Fortalecer dichas competencias parentales es fundamental, en definitiva, dar mayor fuerza al sistema de cuidados y el apoyo que pueda ofrecer a los niños, niñas y adolescentes desde sus necesidades. A la vez, cómo en este sistema pueden ser percibidos como tal, una red que otorgue apoyo de forma contingente y congruente con sus necesidades.

Tenemos desafíos importantes. Por un lado la prevención (como el consumo de sustancias), que requiere en cierta medida de la intervención complementando las competencias parentales, y cómo a su vez esto exige de nuestra parte una integralidad  en nuestro desarrollo como profesionales de la salud.

No somos psicólogos expertos en drogodependencia, ni terapuetas familiares expertos en competencias parentales, debemos ser lo que nuestros niños, niñas y adolescentes requieren, tal como lo que demanda de su sistema de cuidados, necesitan de profesionales que podamos dar respuesta de forma contingente y congruente con sus necesidades; y que más contingente que la PREVENCIÓN, tal como lo dice su definición:” tomar medidas de manera anticipada para evitar…” en este caso el consumo probemático de drogas.