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Por Unidad de Cuidado de Equipo u Dirección Zonal Norte FTDE
El ejercicio del trabajo en la intervención social implica numerosos dilemas éticos relacionados con el género, así como una circulación de afectos que no está deslindada de la subjetividad con la que las mujeres construimos nuestra identidad profesional y modelos de hacer. Esto no es ajeno a la extensión del rol de género de «cuidado social», que hemos aprendido en variadas profesiones y que condiciona los dilemas éticos.
En el ejercicio profesional se generan múltiples emociones, fruto de los procesos de empatía, antipatía, transferencia o contratransferencia que inevitablemente acontecen. Frecuentemente nos debatimos entre el principio de autonomía de la usuaria, tratando de respetar su derecho a decidir (también a equivocarse), y la búsqueda de su bienestar último. El compromiso profesional y ético requiere un enfoque de género para revisar cómo incluimos los derechos de las mujeres en el trabajo en la intervención social. A menudo, corremos el riesgo de caer en un maternalismo o paternalismo que olvida tomar en cuenta su capacidad de agencia en el proceso de intervención, al tiempo que menospreciamos los dilemas éticos y de género que nos asaltan. Incluir la ética con perspectiva de género en la intervención social posibilitaría un cambio de mirada y de herramientas de intervención para hablar con ellas y no por ellas.
La profesiones que se encuentran ligadas a la intervención social, se realiza en una posición situada, encarnada y subjetiva también de género, con la que construimos el conocimiento para nuestra intervención. El desafío ético, tanto teórico como metodológico, pasa por incorporar las emociones y las contradicciones que tenemos en nuestro ejercicio profesional que, en aras de la supuesta objetividad y cientificidad, tradicionalmente han sido reprimidas y silenciadas. Resulta imprescindible entender los dilemas éticos y las emociones que nos provocan respecto a cómo vivenciamos nuestro trabajo, atravesado, entre otros factores, por los de género e identidad profesional. Inevitablemente, la cuestión ética en la intervención social nos obliga a hacer patente el ejercicio reflexivo de nuestra emocionalidad y debatir sobre ello.
Por otra parte, en el espectro social laboral, y de acuerdo con el INE (2015) los hombres trabajadores destinan 1,75 horas y las mujeres 3,05 horas al día al trabajo no remunerado. El uso del post natal parental ha sido de un 0,24%. El 40% de las jefaturas de hogar son femeninas (77,4% monoparental y 22,6% biparental). En el 60% de las jefaturas masculinas, la gran mayoría son biparentales (81,9% son biparentales y 18,19% monoparentales).
Por último, en el caso de las jefaturas, que en muchos medios aluden a una amplia disparidad de género, en nuestra institución vemos cifras inversas, donde el 19,6% responden a direcciones masculinas y el 81,4% a femeninas. En el equipo directivo nacional, de las 10 jefaturas estratégicas existentes, el 50% son masculinas y mismo porcentaje femeninas. Por último, en relación a brechas salariales por concepto de género, no existe disparidad al interior de nuestra institución.
Para continuar con la reflexión, los invitamos a que puedan ver estos link.
Les invitamos a compartir algunas preguntas a fin de favorecer la reflexión:
¿Qué emociones les surgen a partir de los videos? ¿Qué ideas les surgen al respecto?
En cuanto al trabajo no remunerado ¿De qué manera se expresa en nuestra propia familia? ¿Qué cambiaría?
¿Qué concepción acerca de lo femenino, es necesario incorporar a los procesos interventivos? ¿Cómo podríamos mejorar?
¿En qué medida hacemos distinciones al intervenir con padres o madres?
¿Qué opiniones se tienen de acuerdo a la paridad o disparidad de género en nuestra institución?
¿De qué manera se podría mejorar aún más en nuestra institución, en la incorporación de la perspectiva de Género en aspectos laborales?
Para cerrar este espacio, les pedimos que reconozcan una emoción con la cual se contactaron durante este trabajo y que les motive a seguir generando cambios para favorecer la equidad de oportunidades en los niños, niñas y adolescentes con los que trabajados, asimismo en nuestras propia vidas y las de nuestro entorno.
Registren esa emoción en el cuerpo, dónde la dejas guardada, para poder volver a ella cuando lo necesiten.