Columna de opinión. Por Vinka Jackson, psicóloga y sobreviviente ASI, activista por ley #derechoaltiempo.

A casi un año de la suma urgencia conferida por el Presidente de la república al proyecto de ley, nos sentimos cada día más cerca de contar con la ley que establece la imprescriptibilidad del abuso sexual infantil (ASI) en Chile. (ver nota en LT).

Es casi imposible describir la diversidad de apoyos que han ido sumándose en casi una década; imposible saber a cuántas personas debemos agradecer en esta trayectoria compartida por miles, pero ojalá todos en Chile podamos hablar en presente y hacia el futuro de “nuestra ley” (se necesita de toda una aldea, todo un pueblo).

Una década no es un tiempo menor ni trivial en la vida de un ser humano o un colectivo. Tampoco en la tramitación de una ley que a muchos podía parecernos lógica, justa, una imprescindible revolución del cuidado, pero con eso no bastaba.

El proceso no se limita a lo legal, sino a cambios culturales, de sensibilidad, de mentalidad, tanto respecto del crimen y del trauma por abuso sexual infantil, como de lo que significa el daño y los procesos de reparación para sus víctimas, el tiempo que necesitan, tiempo que no puede convertirse en una angustia si conlleva la pérdida de justicia. Es lo que ha significado la prescripción: un plazo arbitrario, sin fundamentos científicos, que ha beneficiado al abusador y a la impunidad, y ha revictimizado a los y las sobrevivientes de ASI.

La justicia suele dibujarse, esculpirse, como una mujer con los ojos vendados, y una espada en una mano y en la otra, una balanza, ¿qué víctima se acercaría a alguien que se cubre los ojos y tiene ambas manos ocupadas con objetos duros y pesados? Me imagino otra justicia (otro sistema judicial), con manos libres y tibias, la mirada franca. El cuerpo blando y seguro.   Una justicia que no necesite deshumanizarse ni abandonar el cuidado.

Por todas las víctimas que crecieron sin que nadie interrumpiera a tiempo sus abusos, necesitamos que nuestras sociedades empujen las leyes de imprescriptibilidad, de restitución, de prevención. El trauma es demasiado complejo, demasiado dañino como para no hacer lo imposible por apoyar la reparación, y por evitar a otros niños vivir lo mismo.

En 2016, Holanda autorizó el primer suicidio asistido para una víctima de incesto y ASI, por sufrimiento psíquico insoportable, y estrés post traumático incurable. Naciones Unidas ha señalado que el ASI puede concebirse como tortura (crimen de lesa humanidad, sí), y el Estado tiene responsabilidad no sólo si sus agentes lo perpetran, sino también si actúa con pasividad aun conociendo la prevalencia de estos delitos (en Chile, un 9% de los niños, niñas y adolescentes). En EEUU para el establecimiento de la imprescriptibilidad, y de las ventanas de retroactividad –en los estados en que se ha implementado esta respuesta para los casos ya prescritos-, los argumentos han sido el crimen permanente o la comparación del ASI al asesinato. Psíquicamente, la devastación puede entenderse como un asesinato, un exterminio. Las secuelas del cuerpo, lo que el trauma deja como huella en la memoria, no prescribe y tiene un impacto negativo perdurable en la vida de los sobrevivientes. Los estudios de la CDC han estimado una reducción en la esperanza de vida de hasta veinte años para las víctimas.

Solamente en consideración de la evidencia científica, parece irracional e inhumana tanta espera para una ley como #derechoaltiempo. Pero los cambios también lo tienen: derecho, necesidad de tiempo. 

Han sido años intensos de escuchar, de estudiar, de abrirse a múltiples ángulos de la razón, la emoción. Años -desde 2016- de viajes a media semana entre Santiago y Valparaíso, y a otros países (gracias a las grandes mujeres que desde el comienzo han apoyado desde España, EEUU, Argentina, Perú). Trabajando y soñando junto a amigos, profesionales, sobrevivientes, todos voluntarios llenos de amor e intensidad en las acciones y las ideas. Desde 2007 -inicio de todo este recorrido con sobrevivientes del primer grupo de autoyuda, y mi hija mayor- quiero decir que lo más transformador ha sido el encuentro en persona o vía redes con sobrevivientes (#tribu) de hasta 90 años, que han compartido sus testimonios, sus luchas, sus intentos desconsolados por justicia, su defensa de los que vienen. Son voces generosas, que enseñan, que duelen, que alientan, y a las cuales debemos pedir perdón también, porque en el tráfago, más de una vez no pudimos escucharlas con la tranquilidad que hubiésemos querido, aunque siempre han sido el pulso y la brújula mayor.

Con la tribu en el alma, ha sido posible perseverar, sabiendo que siempre es necesario el balance del autocuidado, el cuidado mutuo, y también el de la república, la democracia. Estoy convencida de que una causa como #derechoaltiempo, y cualquiera por la niñez, no puede eximirse de esos estándares. Por eso el autoexamen constante, el ejercicio de lucidez para ir avanzando -con distintos gobiernos e interlocutores- sin perder el norte ni prescindir del diálogo en torno a una mesa donde quepamos todos, y todo. Cada punto de vista, cada aspiración y preocupación; los dilemas éticos; las historias de transformación, de redención; las derrotas, las posibilidades. En las situaciones más complejas, la pregunta de esta causa ha sido ¿cuida esto a las víctimas y sobrevivientes?, ¿qué cuida más ahora, y hacia el futuro? Al final del camino, con la ley promulgada, ¿qué queremos compartir con nuestros hijos, o nietos, sobre aquello logrado?

El sentido fundamental de la ley que al fin fue aprobada por unanimidad en su primer trámite en el Senado, y ahora en lo general –también de forma unánime- en su primera revisión por la Comisión de Constitución de la Camara de diputados, es terminar con la impunidad en ASI. Para ello es indispensable el reconocimiento del derecho al tiempo de las víctimas que debido a su corta edad, ni siquiera podían entenderse como tales al momento de sufrir los abusos, ni elaborar lo vivido sino hasta entrada la adultez a consecuencia del trauma.

Cuando al silenciamiento forzoso del abuso sexual, se suma el silenciamiento impuesto por la prescripción, nuestras leyes, nuestro sistema legal, se vuelven corresponsables en agravar el sufrimiento de las víctimas, el estrés post traumático y la herida moral de los sobrevivientes y de la sociedad como un todo. Por eso la reparación no es un proceso que pueda darse de forma solitaria, o sólo por intermedio de la psicoterapia: se necesita verificar en el contexto de relaciones donde sea posible restituir confianzas, compartir las historias y el duelo, y sentirse parte de un colectivo capaz de concurrir en apoyo de procesos elaboración paulatina –y no bajo presión- del duelo y la dolencia del trauma ASI, fortaleciendo al mismo tiempo nuestra voluntad de autocuidado social.

Las voluntades que hoy se expresan son de rectificación, de exigencia de responsabilidad a victimarios y encubridores, de cumplimiento del deber de investigar y establecer la verdad en nuestros tribunales, y de una respuesta social más contundente frente al ASI. En este sentido, valoramos del gobierno su disposición a conversar sobre alternativas de acompañamiento, salud y reparación para las víctimas, y prevención a nivel nacional, para cuidar a las nuevas generaciones.

Lo inimaginable hace una década, hoy es posible. Y podemos aspirar a más. Más amor, más humanidad, más coherencia. Si hemos resuelto que debe terminar la impunidad y que los delitos de ASI no pueden prescribir, es razonable cuestionarnos por qué habría de ser diferente el daño y el crimen perpetrado hace treinta años, de aquel cometido hace un mes; o qué haría distintas a unas y otras víctimas. Son los mismos cuerpos de niños, niñas; las mismas vidas trasgredidas.

Queremos hacer nuestro mejor esfuerzo por entender argumentos jurídicos, limitantes constitucionales (a nivel mundial, y no sólo local), o la necesidad de tiempo para realizar un discernimiento más profundo y robusto, inobjetable ojalá, a la luz de evoluciones científicas, éticas y del propio derecho. Pero no podemos renunciar al deseo vital, en una sociedad civilizada, de que las leyes, con inteligencia y sensibilidad, con dedicación, sean capaces de encontrar soluciones a dilemas como el que plantea la retroactividad del ASI. Hemos aprendido que nunca será intimidante ni destructivo explorar caminos que desde el amor y el respeto a la niñez, conduzcan al fin a una justicia inseparable del cuidado.

Vinka Jackson, psicóloga y sobreviviente ASI, activista por ley #derechoaltiempo. Adaptación columna publicada en www.vinkajackson.com especialmente para el newsletter de Fundación Tierra de Esperanza