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El cuestionamiento hacia la atención de niños, niñas y adolescentes en contextos vulnerables por parte del Estado chileno, se ha acrecentado principalmente por la tribuna que hoy los medios de comunicación han dado a la infancia. Sin embargo, quienes llevamos años trabajando con la niñez y adolescencia más expuesta a la vulneración de sus derechos, desde cualquier lugar, sabemos que esta realidad no emerge hace dos o tres años. Sabemos que a pesar de los esfuerzos de profesionales y técnicos por hacer cada día un mejor trabajo, las oportunidades siguen y seguirán siendo escasas para esta población, así como la discriminación y vulneración de las que son víctimas, les seguirá repercutiendo, haciendo que el ejercicio de desarrollo sea siempre más costoso y complejo para ellos y ellas.

Hoy necesitamos que los medios de comunicación y la agenda nacional también den tribuna a la investigación científica, concepto poco instalado y que se asocia rara vez al componente social. Es imperativo saber cómo los programas sociales inciden en la vida de un niño o niña o, entre tanto otros temas, cómo medimos la reparación frente a un tipo de vulneración luego de meses o años de intervención, o bien, si tenemos certeza del éxito que significó un tratamiento psicosocial ante cualquier problemática que haya generado un proceso de intervención.

Seguramente respuestas a estas interrogantes las encontramos desde la necesidad emocional de aminorar incertidumbres ante la situación de nuestros niños y niñas, posiblemente, algunas instituciones han logrado responderlas en contextos específicos y mayormente controlados. Ya que la destinación de recursos económicos para el seguimiento a los procesos es prácticamente nulo. Actualmente, las evaluaciones a los proyectos se centran en el proceso de accountability, información, que sirve para saber cuánto dinero se gasta y cuántos niños, niñas, adolescentes y sus familias son atendidas por uno u otro proyecto de intervención, sin tener claridad de cuánto mejoró la situación de esos NNA y sus familias con la intervención o si el dinero gastado tuvo el impacto suficiente en las mejoras que se buscaban con la ejecución de un proyecto. Si queremos que el trabajo con NNA mejore, debemos también invertir en ciencia, medir el impacto y los resultados de los procesos de intervención. Debemos conjugar la experiencia práctica y la investigación, lo que nos permitirá saber hacia donde direccionar la política pública para la infancia, y realizar un trabajo pertinente en este ámbito.

Las dificultades para evaluar cuantitativa y cualitativamente un proyecto de intervención, que nos permita conocer qué mejoro, cuánto mejoró y cuánto se demoró en mejorar (Eficacia Terapéutica, Marks y O’Sullivan, 1992), así como conocer elementos de transferibilidad de la ejecución exitosa (Efectividad) y asociarlo a buenos costos de intervención (Eficiencia), recae en la falta de información y datos que se obtienen en el proceso de intervención, en base a un sistema de registro, monitoreo y seguimiento estandarizado de la información que surja a medida que avanza el proceso terapéutico, siendo por tanto nuestra responsabilidad como profesionales y técnicos de atención directa, quienes debemos registrar la información necesaria para hacer los análisis y reflexiones correspondientes, integrar las innovaciones relativas a la evaluación a nuestra quehacer laboral y aprender de ellas.

El óptimo registro, el monitoreo ordenado y estandarizado y el seguimiento y análisis de los datos, debieran permitir responder con mayor certeza y claridad las interrogantes que hoy nos presenta el desarrollo de la infancia en nuestro país; la comparación y los análisis más complejos de la información que nos entrega el registro de datos, deben colaborar en mejorar la práctica interventiva y deben ser el sustento de la implementación de políticas públicas, pero debe ser entendida como un ejercicio profesional de cada uno/a de quienes trabajan directamente en infancia y adolescencia, es parte de nuestro ejercicio laboral y es la única forma de presentar información objetiva, estandarizada y ordenada para evaluar lo que funciona y lo que no.

El éxito en la intervención debe tener sustento científico, debe ser entendido como un trabajo ético y profesional, debe atender a las nuevas dinámicas sociales que se dan en la infancia y adolescencia contemporánea, exige un constante aprendizaje de parte de quienes trabajamos ahí, no solo de la innovación sustentada académica y científicamente, sino de lo que estoy haciendo en el día a día, conocer que lo que hacemos, colabora en el éxito de un proyecto de intervención psicosocial para niños, niñas y adolescentes.